En los últimos años, el llamado Life Long Learning o aprendizaje durante toda la vida ha cobrado una importancia superlativa. Y es que cuando se trata de repasar la trayectoria biográfica de una persona pocas expresiones hay tan vacías de sentido como la de “al terminar sus estudios…”. ¿Al terminar sus estudios? Salvo que la persona de la que estemos hablando haya fallecido, único supuesto en el que sería aceptable tal premisa, eso es una auténtica barbaridad.
No es concebible que en un contexto de cambio permanente, saltos tecnológicos vertiginosos y renovación continua de las competencias y habilidades que se demandan para trabajar alguien pueda plantearse dejar de aprender en algún momento. Quién piense que su periodo de formación terminó el día que le dieron un título y colocaron un birrete sobre su cabeza comete un verdadero suicidio profesional.
En ese contexto, el llamado LifeLong Learning se erige como el mejor antídoto contra la obsolescencia profesional, pero también vital. Desde un punto de vista laboral, nos brinda la herramienta para adaptarnos rápidamente a esas transformaciones permanentes que podemos encontrarnos cualquier mañana al llegar a nuestro puesto de trabajo y dejarnos dejar fuera del juego.
Pero, por otro, en un plano más personal, desarrollar nuevos conocimientos o habilidades nos ayuda a mantenernos activos, conscientes y conectados con el mundo en el que vivimos. Es una inyección de adrenalina que nos insufla energía, ilusión y ganas de afrontar nuevos desafíos. Vivir la vida con actitud de aprendiz continuo es la mejor garantía de que vamos a poder seguir cumpliendo retos y disfrutando de cada minuto.
En cuanto a las formas en las que viene servido ese aprendizaje continuo, éstas son muy diversas. Desde programas reglados de largo recorrido, como grados o másteres, que aporten profundidad y alcance; hasta formatos más cortos, flexibles y operativos, como webinars, talleres, charlas, mentoring o experiencias on the job. Desde opciones de upskilling, para incorporar nuevas competencias que permitan mejorar nuestro desempeño y responder con agilidad a las nuevas necesidades de nuestra empresa y del mercado; hasta programas de reskilling para, directamente, reinventarnos en un nuevo puesto o incluso en una nueva profesión.
Pero, ¿quién debe proporcionarnos esa valiosa herramienta que es el Life Long Learning? Para muchas personas, la respuesta obvia a esa pregunta es: “mi empresa”. ¡Error! El principal responsable de asegurarte de que recibes formación a lo largo de toda tú vida eres tú mismo.
Sin duda, toda empresa que aspire a ser competitiva y tener un impacto duradero en su mercado debería preocuparse por mantener a su equipo formado y actualizado en las últimas tendencias, tecnologías y habilidades. Y. de, hecho, la posibilidad de desarrollarse dentro de la organización es un claro factor de atracción de talento y un rasgo que caracteriza a las mejores compañías. Pero sería negligente por nuestra parte confiar completamente nuestro desarrollo a la buena voluntad, disposición o presupuesto de nuestro empleador. Al fin y al cabo, nosotros seremos los principales perjudicados si esas promesas de formación interna que a menudo nos cuentan en la entrevista de trabajo no acaban cumpliéndose.
No, somos nosotros quienes podemos identificar mejor que nadie cuáles son esos gaps de capacitación que entorpecen nuestro desempeño, y quienes tenemos la responsabilidad de poner los medios para solventarlos. Y somos nosotros quienes deberemos movernos para conseguir esa formación, ya sea persiguiendo a nuestra empresa para argumentarles y solicitarles esa formación; ya sea buscándola por nuestra cuenta en caso de que la organización no responda. Y debemos hacerlo ya. El Life Long Learning no es un destino al que se llega, es un camino que se recorre. Pero si nosotros no nos ponemos en marcha, y la mantenemos esa marcha de forma continua, nadie lo hará en nuestro lugar.
Ya sabes, ¡ES COSA TUYA!