Estamos acostumbrados a medir la eficiencia, la capacidad innovadora o la habilidad para atraer talento de una compañía desde KPI,s objetivos:relación entre recursos utilizados y productos o servicios generados, número de nuevos productos lanzados al mercado, número de candidatos que mandan su currículo a nuestros procesos de selección… Todos esos indicadores son valiosos y necesarios, pero no permiten explicar en profundidad la verdadera fuerza movilizadora que hay detrás de toda empresa exitosa: las emociones de las personas que trabajan en ellas.
Pero antes de profundizar en la idea de la gestión emocional de la empresa, conviene empezar explicando qué pinta una emoción en los entornos profesionales y empresariales. La respuesta más obvia es que ¡lo pinta todo! Las empresas están integradas por personas. Detrás de una directora financiera, de un asesor comercial, de un técnico instalador están Rosa, Felipe, Juan… Personas con un corazón y unos afectos que condicionan sus actos, sus lealtades y sus motivaciones. Son profesionales, sí, posiblemente muy bien formados y capaces, y en un alto porcentaje de los casos su objetivo será hacer bien su trabajo. Pero que lo hagan poniendo todo su esfuerzo y foco en la misión o solo “a medias” dependerá, entre otros factores, de la gestión emocional que haga su empresa.
Estas son algunas de las variables que hay que tener en cuenta a la hora de gestionar las emociones en la empresa:
- Son una fuerza poderosa. Las emociones de los empleados son la energía que puede hacer que un proyecto triunfe cuando parecía que no tenía ninguna posibilidad o que fracase cuando todo parecía remar a su favor.
- Se puede (y se debe) identificar. Saber si el estado de ánimo que reina en la organización es de tristeza, apatía, descontento, desafección o indignación; o si, por el contrario, es de alegría, orgullo de pertenencia, compromiso o satisfacción, es una información clave que nos dará las pautas a seguir en nuestra estrategia de personas. Hay muchas maneras de medir la temperatura emocional de los colaboradores, desde la típica encuesta de satisfacción, hasta el grado de participación de los empleados en las iniciativas corporativas, la tasa de absentismo y rotación de la plantilla, etc.
- Se puede modificar. Una emoción negativa se puede revertir. Naturalmente, todo depende de la gravedad del problema, pero, en general, una vez identificada y comprendido su origen, hay formas de gestionarla. Un cambio de proyecto, mejoras en la comunicación, un programa de formación y desarrollo… Cada casuística tendrá su propia solución.
- Se puede dirigir. Ya hemos mencionado que las emociones son una poderosa fuerza en el seno de una empresa. La buena noticia es que esa emoción se puede encauzar en la dirección que la empresa desee. El liderazgo tiene mucho que decir en este punto, y uno de sus grandes desafíos es lograr que las metas, motivaciones y energías de los colaboradores fluyan alineadas con los de la empresa.
- Se puede alimentar. Por último, la emoción es un ente vivo, que tanto puede perder vigor como mantenerse o crecer. Una organización con propósito, visión y misión claros y en consonancia con los intereses sociales y los de sus empleados, que sea capaz de generar para ellos proyectos retadores y divertidos en los que tengan la oportunidad de crecer, que tenga muy en cuenta sus opiniones, los escuche y los trate con respeto y cariño lo tiene todo para realizar la mejor gestión emocional en la empresa.