“En momentos de máxima dificultad es cuando tienes que dar lo mejor de ti mismo”. Es un tópico, una frase que se suele decir en situaciones de crisis para buscar una reacción y un efecto motivacional en quienes la escucha, el típico discurso de CEO a sus empleados en un contexto de incertidumbre. Y, sin embargo, aunque este principio encierra una gran verdad –es en periodos delicados o de alta exigencia cuando más necesitamos sacar la mejor versión de nosotros mismos, y no tanto en situaciones cotidianas o de exigencia moderada para las que una versión “a medio gas” nos puede bastar–, a veces esa arenga, en lugar de alentar, lo que consigue es justamente lo contrario: desanima. ¿Por qué? Porque coloca demasiada presión sobre el interlocutor, y no todo el mundo sabe manejar esa presión.
Ahora bien, si somos capaces de encontrar una manera de transformar esa presión en energía positiva y canalizarla hacia un objetivo compartido, todo cambia radicalmente. Las personas se liberan, el talento fluye y sale a relucir esa anhelada mejor versión, la que puede afrontar con garantías cualquier tipo de desafío y la que asegura, si no superar el reto en todas las ocasiones, sí al menos presentar batalla. Esa manera existe y se resume en una palabra: ILUSIÓN.
La ilusión es la mayor fuerza que existe en la naturaleza, la que más poder tiene para movilizar a las personas y llevarlas a desafiar todo tipo de límites. Es la poción mágica que puede lograr cosas extraordinarias y convertir en posible lo que parecía imposible.
Hay quien cree, sin embargo, que la ilusión solo puede sobrevivir en contextos positivos, cuando las cosas van bien, y renuncia a buscarla y a intentar generarla en situaciones en las hay menos motivos para sonreír.
Pero ese es un error dramático. Tanto para una persona como para una empresa. Es justo lo contrario. No solo no es cierto que la ilusión no pueda germinar en situaciones de alta complejidad, sino que es precisamente en esos escenarios de incertidumbre cuando más puede marcar la diferencia como factor para revertir una situación adversa.
Hace ya unos años que, junto a mi amigo Jorge Blas, creamos “La fuerza de la ilusión”, un libro convertido en conferencia o una conferencia convertida en libro con la que hemos recorrido medio mundo con un mensaje claro: cuando los nubarrones cubren el cielo, es cuando hay que poner la maquinaria de la ilusión a trabajar a pleno rendimiento. Solo así conseguiremos que el Sol vuelva a lucir con fuerza en lo alto del cielo.
Y es que ante un contexto de escasez como el que vivimos en la actualidad – en el sentido de guerra, crisis energética, inflación por las nubes, la resaca de la pandemia dando sus últimos coletazos…–, lo peor que podemos hacer es ofrecer una respuesta de más escasez. La escasez se combate con abundancia. ¿Con abundancia de qué, si las empresas andan justitas de casi todo?, objetarán algunos. ¡Falso! Hay un recurso del que siempre hay existencias disponibles. El más poderoso de todos: la ilusión. Solo que ese recurso hay que saber buscarlo.
En un contexto empresarial, la ilusión se genera de muchas maneras. Se genera esforzándote más, presentando más proyectos, aplicando la creatividad a nuestro día a día, buscando nuevas y mejores maneras de hacer las cosas. La ilusión se construye apostando por los empleados y dándoles la oportunidad de crecer, de formarse y de ‘transformarse’ para hacerse mejores profesionales, ayudándoles a sacar todo el potencial que llevan dentro y a desplegarlo en forma de talento.
La gran ventaja de la ilusión es que es un sentimiento contagioso, y basta demostrarlo para que empiece a impregnar a todo cuanto tenemos a nuestro alrededor. A los propios empleados, a los clientes, a los proveedores… Eso sí, para poder hacerlo tendremos que conocerlos, cuidarlos, sorprenderlos y hacerles partícipes de un proyecto común. De un proyecto, en definitiva, ILUSIONANTE.
Por último, la ilusión tiene un poderoso efecto llamada para que las cosas buenas comiencen a suceder, es un imán para los cambios de ciclo en clave positiva. Por esa razón, aunque las perspectivas de aquí final de año que nos trasladan analistas, economistas y demás agoreros sean nefastas –o, precisamente porque lo son– no lo dudes: “en momentos de máxima dificultad es cuando más razones tienes para ilusionarte”.
¿Lo estás?
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