Tomar buenas decisiones es una de las misiones de todo líder que se precie (y, en realidad, de cualquier profesional). De hecho, el tipo de legado que un directivo deje tras de sí cuando llegue el momento de abandonar una empresa se medirá, principalmente, por la cantidad de decisiones acertadas que tomó durante su periplo en la misma. Por esa razón, dar en la diana cuando se trata de trazar el rumbo a tomar se ha convertido en una verdadera obsesión para todos aquellos profesionales con responsabilidades dentro de una organización. Solo que en el contexto actual ya no basta con tomar buenas decisiones. Hay que tomarlas a tiempo.
En un entorno marcado por la inestabilidad, la incertidumbre y el cambio permanente, la velocidad se ha convertido en el elemento que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso. Velocidad para responder e incluso anticiparse a los incontables factores que pueden cambiar de la noche a la mañana el destino de una empresa. Y es que no importa lo consolidado y estable que parezca un negocio: un cambio disruptivo de tecnología, la irrupción de un competidor agresivo (y/o mejor que nosotros) o un repentino (o paulatino, pero sistemáticamente ignorado) cambio en los gustos de nuestros clientes pueden dar al traste con la mejor trayectoria empresarial.
Así pues, para que las decisiones que tome un líder generen un impacto positivo en la organización han de ser, por supuesto, acertadas, pero también ágiles, ya que de nada sirve tomar la resolución de dar un volantazo a un lado de la carretera cuando hace tiempo que nos pasamos la última salida en la que podríamos haberlo hecho.
Existen distintas herramientas que ayudan a un líder a no perder esas valiosas y escasas ventanas de oportunidad que se abren en su camino para tomar decisiones estratégicas. Algunas de ellas son:
- Liderazgo compartido. La excesiva soledad no ofrece buenos consejos al tomador de decisiones; muy al contrario, le vuelve conservador y dubitativo. Y es que el vértigo a equivocarse hace que muchas veces al líder le tiemble el pulso y que pierda un tiempo muy valioso antes de adoptar una medida drástica pero necesaria. Un liderazgo redárquico y compartido, en el que haya sitio para otras veces además de la del jefe, permite repartir la responsabilidad y es un antídoto contra ese mal tan extendido de la parálisis por análisis.
- Metodologías ágiles. Las metodologías adecuadas también pueden ayudar. Técnicas como agile o scrum no solo aportan sistemas probados para testar situaciones en entornos controlados antes de escalarlas a nivel productivo, sino que ayudan a priorizar tareas, acortan los tiempos de entrega y optimizan los procesos de toma de decisiones asociados a los mismos.
- Priorización. Las cosas llevan un orden natural y, aunque cuando el sentido de urgencia nos apremia tomar atajos resulta tentador, no suele ser una buena idea. Una buena planificación y metodologías que nos recuerden que la A debe ir siempre antes que la B nos permitirán avanzar de manera más fluida y no tener que desandar el camino y comenzar de nuevo porque nos hemos saltado un paso.
- Tecnología “top level ”. Tecnologías exponenciales como la IA, Internet de las Cosa o la Analítica de Datos son otro elemento diferenciador en los procesos de toma de decisiones. Por un lado, aportan esa visión predictiva que resulta vital a la hora de lanzar nuevos productos, gracias a su capacidad para anticipar escenarios y detectar tendencias. Por otro, generan información a gran escala que facilita la adopción de decisiones informadas y sustentadas por datos. ¡Y todo a velocidad algorítmica!
- Innovación. Apostar por la innovación como parte fundamental de la cultura empresarial es otra forma de vacunar a la organización ante los vaivenes del mercado y dotarla de herramientas para convertirlos en oportunidades.
- Audacia. Por último, todo tomador de decisiones necesita ese punto de valor que implica elegir una opción entre múltiples posibles. Hay que aceptar esa posibilidad tan humana y natural que supone el error. Un valor, eso sí, controlado, que nunca debe convertirse en temeridad y que siempre ha de estar convenientemente sustentado en la experiencia, una buena información y el consenso con el resto del equipo.