Optimismo y pesimismo son sensaciones que en estos días de adversidad pandémica ven difuminarse sus limites. Pasamos de la euforia al abatimiento, en cuestión de minutos, a un carrusel de emociones en las que apenas nos reconocemos. Y vemos cómo personas a las que siempre tuvimos por positivas se vienen abajo ante los acontecimientos, comprensiblemente, porque son graves en algunos casos, y en otros casos, sin embargo, viendo el lado más oscuro de la situación se muestran sorprendentemente enteros y animados. Estos vaivenes emocionales serían difícilmente explicables en otras épocas, pero la excepcionalidad del momento los encuadra dentro de esa llamada nueva normalidad en la que ya nos encontramos. En realidad no hay nada de extraño en que optimistas y pesimistas se mezclen e intercambien papeles estos días. ¿Quien no ha tenido buenos y malos días desde que todo esto empezó? ¿Y antes?
Sin embargo, hay una tipología de comportamiento emocional que no solamente está presente en momentos de adversidad, como es el caso de esta crisis sanitaria, sino que abunda en toda situación, y que sí puede resultar peligrosa, tanto para sus protagonistas como para las personas que tienen a su alrededor.
Me refiero a los optimistas tóxicos o también llamados falsos positivos.
El concepto de ‘positividad tóxica’ fue desarrollado hace unos años por el psicólogo Konstantin Lukin, refiriéndose a un optimista tóxico como a esa persona que cree que hay que mostrarse positivo a toda costa, pase lo que pese y sean las circunstancias que sean. El optimista tóxico no tolera nada que no sea mostrar una confianza ciega en que las cosas van a ir bien…, aunque vayan mal. Exagera tanto su perenne sonrisa que su positividad pierde credibilidad y puede acabar provocando el efecto opuesto al pretendido.
Estas personas utilizan el optimismo para esconderse de la realidad y de sus propias emociones. Al mal tiempo le ponen buena cara, pero no como actitud para enfrentarse mejor a las adversidades, sino como una mascara que le impida verlas. Pintan la realidad como no es
Y se quedan presos de una fantasía. Confunden imaginación, la característica que nos hace más humanos y que nos permite, siendo conscientes de la realidad presente, crear nuevas realidades, con fantasía que no es más que pseudo-crear irrealidades paralelas.
Otra de sus características es que no dudarán en retorcer los hechos y en engañarse a sí mismo para lograr convencerse de que todo irá bien. En lugar de contemplar la realidad en su totalidad, y analizarla para mejorar, toman sólo aquellas partes que se acomodan a su esquema, …y lo demás, lo que no les interesa, como si no existiese. Se ponen, así, unas gafas de visión deformada que les impiden ver las diferentes opciones o salidas que tienen a su alcance para resolver un determinado desafío. Las consecuencias de este sesgo perceptivo son nefastas para estas personas, porque dejan de ser consientes de sus errores y ven cercenada su creatividad.
Esa pésima gestión de sus emociones y sus expectativas hace que se autoengañen poniéndose metas irrealizables. No saben calibrar bien ni sus posibilidades reales de éxito ni la envergadura de las dificultades que encontrarán por el camino. Como resultado de esta pérdida de noción de la realidad, se acaban frustrando, enfadando y, finalmente, derrumbando.
Es fácil identificar a este tipo de personas porque suelen llevar la expresión de sus emociones hasta el limite. La irrealidad de su universo positivo les hace pasar por estados emocionales extremos, transitando del cielo al infierno en poco tiempo. Son esos histriónicos personajes que le gritan a los cuatro vientos que están enamoradísimos, motivadísimos, felicísimos… hasta que se dan de bruces con la realidad y pasan a estar abatidísimos y enfadadísimos. Son personas acostumbradas a moverse por el mundo de los “ismos”, y los “ísimos”; ambos finales de palabra suelen ser malos consejeros.
En oposición a este optimismo sin sentido está el optimalista, es decir, el que posee una visión positiva de la realidad, repito…, de la realidad . No habita en el mundo de Mr. Wonderful”.
Este tipo de persona no es un radical de la sonrisa, sino que tiene la suficiente sensatez para dejar que sus emociones salgan a relucir con naturalidad. Ante una mala noticia, dejará que la tristeza o la preocupación afloren en su justa medida. Pero lo que no hará será dejar que le bloqueen. Su positivismo les permite encarar la realidad, aunque sea adversa, con buena disposición para hacerle frente. Encajan los golpes y sacan fuerzas y aprendizajes de cada uno de ellos. Se fijan metas realistas y se plantean alcanzarlas desde la desde la fe, la esperanza, con guía, plan, hechos, y rebosantes de confianza.
En cualquier periodo de incertidumbre, mantener una actitud positiva es un buen punto de partida para reinventarse, se haya producido crisis o no. Pero cuidado, sin caer en el autoengaño del “todo va ir bien”. Porque el positivismo ciego y crónico también puede ser muy perjudicial para la salud. Ser un falso positivo.
El optimismo también se entrena.