¿Cómo ganar un Grand Slam en un entorno empresarial?

¡ENTRENANDO!

Olvidadlo. Nadie puede triunfar, en ninguna disciplina humana, sin entrenamiento.
Sin poner en práctica de una manera sistemática y constante una rutina de perfeccionamiento que le permita ser aún mejor de lo que ya es en aquello que haga para ganarse la vida. Especialmente, si se trata de una profesión especializada. La vida de un músico, de un actor, de un deportista, de un bombero o de un militar consiste en un 80% entrenamiento y un 20% de desempeño real. Para interpretar una obra de 14 minutos de duración como el Bolero de Rabel una orquesta ensaya durante 100 días. Para correr en las Olimpiadas los 100 metros lisos en menos de 10 segundos un atleta entrena durante cuatro años. ¿Creéis que Rafa Nadal, por el hecho de tener una veintena de Grand Slams, no entrena al mismo nivel que sus rivales en las canchas de tenis? Pues tenéis razón. ¡Entrena mucho más! Y esa es, nos os quepa duda, una de las razones de sus triunfos.

Y si alguien con el talento de Rafa Nadal necesita entrenar muy duro para lograr sus metas, ¿por qué suponemos que un profesional del mundo de la empresa no necesita hacerlo? Jack Welch, el súper ejecutivo que convirtió a General Electric en un gigante empresarial, decía que dedicaba el 40% de su tiempo a entrenar. De esta forma se aseguraba de que el 60% restante lo usaba para tomar buenas decisiones.

Entrenar consiste en simular lo que sucede en la realidad en un entorno de seguridad, de manera que cuando se presente la situación real estemos mejor preparados para afrontarla. Vivir en modo entrenamiento implica vivir la profesión en un modo de aprendizaje continuo. Y esa visión amplía extraordinariamente las miras y posibilidades de cualquier profesional. Quien es capaz de incorporar el entrenamiento a su agenda, tiene mucho más fácil añadir nuevas competencias y habilidades a su mochila de recursos y, por tanto, estará en mejor disposición para afrontar nuevos retos. En cambio, el profesional que no se entrena, que no siente la necesidad o no tiene la fuerza de voluntad necesaria para ejercitar el músculo de su propio desarrollo, está condenado a ser un mediocre. Alguien que quedará bloqueado en cuanto el cambio y la incertidumbre asomen por la puerta.

El entrenamiento marca las diferencias en la actualidad desde el momento en que afrontar nuevos retos se ha convertido en la nueva rutina diaria. Numerosos factores internos y externos hacen de los escenarios profesionales entornos dinámicos. Y es en esos contextos cambiantes e imprevisibles donde el entrenamiento resulta fundamental para ofrecer la mejor respuesta a cada nuevo desafío. Cambian los modelos de negocio, evoluciona la tecnología, surgen nuevos competidores y los profesionales no pueden hacer frente a todas esas transformaciones equipados únicamente con sus herramientas de siempre. Necesitan adaptarse, conocer y entrenarse en esas nuevas variables que surgen. También los ecosistemas internos cambian y obligan a actualizar la manera en la que las personas se enfrentan interiormente a esos desafíos. Actitud frente al cambio, flexibilidad, resiliencia o gestión del propio tiempo son habilidades esenciales que será imprescindible practicar.

Toda empresa que aspire a mejorar sus resultados y los niveles de desempeño de sus trabajadores necesita entrenamiento. Para ello deberá conocer aquellas habilidades y comportamientos que conducen a sus trabajadores hacia el éxito. Una vez identificadas, hay que poner en marcha un plan de entrenamiento que permita desarrollarlas y potenciarlas.

Líder-entrenador.

La figura del líder-entrenador emerge como el gran catalizador del entrenamiento organizacional. Aunque para que ese sea posible, es fundamental que el líder sea plenamente consciente de que desarrollar a su equipo también forma parte de sus responsabilidades. De hecho, es una parte fundamental. Ha de comprender que su misión no se limita a asegurarse que su gente hace lo que tiene que hacer, sino de que lo haga cada vez mejor. Y en ese mejoramiento continuo, la formación cumple un papel, pero no es suficiente. Se necesita entrenamiento.

El papel del líder como entrenador ya lo prefiguró Sócrates. El inmortal filosofo griego fue uno de los primeros entrenadores de la historia y también un visionario que entendió que la mejor manera de aprender es desde el hacer. Su método buscaba generar un impacto positivo y profundo en las personas. A través de una serie de preguntas, ayudaba a sus discípulos a descubrir sus propias debilidades para, a partir de ese autoconocimiento, entrenar en su mejora.

El entrenamiento de un líder empieza por entrenarse a si mismo. Debe ser el primero en estar al día y con todas sus capacidades alerta y actualizadas. Escucha, observación, autoaprendizaje, habilidades relaciónales y de comunicación son algunas de las cualidades que debe atesorar todo buen líder-entrenador. También mucha capacidad creativa para ver las cosas de un modo desacostumbrado y ayudar a los demás a que las ven también.

En los actuales entornos de liderazgo cross-funcional, en los que se busca empoderar a los profesionales para que funcionen autónomamente y tomen sus propias decisiones, los líderes entrenadores son imprescindibles. Sin ellos, no puede haber una verdadera cultura transformacional corporativa.

Por esa razón, el liderazgo necesita con urgencia imprimir un giro a su orientación tradicional. Hay que enseñar a los líderes a enseñar. Para, a través de ellos, inculcar en el ADN empresarial y en el de las personas que integran la organización que la única manera de conseguir versiones mejoradas de si mismos, el Grand Slam, es a través del entrenamiento.