Desconfiad del líder que afirme que no necesita ayuda.
Porque o miente, o no es un buen líder.
Ya lo decía Jack Welch, ex CEO de General Electric, “necesito un 40% de mi tiempo para entrenarme yo”. Y es que en los complejos y convulsos tiempos actuales un líder que aspire a marcar la diferencia a la hora de conducir a su empresa y a sus personas hacia el éxito necesita de toda la ayuda que pueda conseguir. De su equipo, en primer lugar, a quien, deberá dejar el espacio y la confianza suficientes para que pueda expresarse y hacer sus aportaciones en libertad. Y también de personas externas, que complementen y amplifiquen las capacidades de ese líder ayudándole a alcanzar su mejor versión. Una labor en la que resulta fundamental la figura del coach ejecutivo.
Un proceso de coaching ejecutivo es un programa de acompañamiento a directivos y profesionales cuyo objetivo es ayudarles a mejorar su rendimiento y el de la organización. Se basa en el diálogo y la confianza mutua, por lo que el profesional que lo lleve a cabo debe tener experiencia, tanto en los propios procesos de coaching, como, idealmente, en labores directivas, ya que es esencial que coach y coachee hablen el mismo lenguaje y entablen una química adecuada.
A lo largo de diferentes sesiones, el directivo y coach ahondan acerca de las cuestiones que subyacen bajo la superficie de las decisiones empresariales. Cuestiones como la confianza, la resiliencia, la empatía, la motivación, la comunicación, el ego, el propósito empresarial, los miedos y las inseguridades o los caminos –a veces insondables– que llevan a un responsable a tomar una determinada dirección. De alguna manera, el coach es esa guía o referencia que permite al líder hacerse las preguntas adecuadas y la inspiración que le ayuda a encontrar por sí mismo las respuestas a esas cuestiones. Durante el proceso, el coach actúa como un permanente contrapeso del directivo, que le invita a reflexionar acerca de por qué se hacen las cosas de una determinada manera, ofreciéndole un feedback único, creativo y siempre retador.
Más que una medida de choque o un remedio infalible para situaciones de urgencia, el coaching ejecutivo debe verse como un hábito empresarial. Es una filosofía, una manera de hacer las cosas, reposadas, reflexivas y maduradas a lo largo del tiempo, que requieren paciencia y compromiso. Su objetivo no son los resultados espectaculares obtenidos de la noche a la mañana, sino que se produzca una transición equilibrada desde una situación dada hasta un “lugar distinto”, mejor y deseado.
En esa búsqueda de la mejora continua, el equilibrio entre el conocimiento interno del directivo, la visión externa del coach ejecutivo y el talento y compromiso de ambos no solo permite a esta fórmula alumbrar soluciones que impacten de manera positiva en la organización, sino que lo hace de manera sistemática, natural e integrada en la operativa natural del liderazgo. Por esa razón, el coaching ejecutivo es un apoyo estratégico dentro de cualquier compañía.
Recuérdalo, si no te entrenas, tienes más posibilidades de perder.
Sólo los mediocres no se entrenan.
Sólo los mediocres no necesitan un entrenador, se sienten autosuficientes.