Del Blog «Biología de la normalidad» de Fernando Botella, CEO de Think&Action
«El corazón tiene razones que la razón no entiende”, dijo en la que es probablemente su frase más conocida (de hecho, la frase pasó a la posteridad postergando al olvido a su autor) el filósofo francés del Siglo XVII Blaise Pascal. Dos siglos después Albert Einstein abundó en esa dicotomía al afirmar: «La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado al regalo». Estas dos citas ejemplifican a la perfección la vieja pugna entre razón e intuición como esos contrapesos que determinan la toma de decisiones de los seres humanos. Con ellas, estos dos sabios adoptan una clara posición reivindicativa a favor de lo que uno llama “corazón” y el otro “razón intuitiva” sobre la pura reflexión cargada de razones.
No es casualidad que Pascal utilice la palabra “corazón” para referirse a esa parte más emocional de nuestro cerebro a la que a veces llamamos intuición. De hecho, muchos de las denominaciones que se usamos para referirnos a esta veta más irracional de nuestro pensamiento tienen una clara connotación física. Con frecuencia, cuando estamos a punto de seguir los dictados de nuestra mente intuitiva solemos decir cosas como que hemos tenido “una visión”, “un pálpito”, “un hormigueo”… O también que hemos tenido un “presentimiento”, una especie de aviso que nos llega desde nuestra parte más emocional.
Y es que históricamente se ha considerado la intuición como la capacidad más característica de los humanos, aquella que distinguía al homo sapiens del resto de los animales. Sin embargo, no ha sido hasta muy recientemente cuando la ciencia se ha interesado de verdad por esa parte de nuestra actividad cerebral. Tradicionalmente olvidada por los investigadores, se pensaba que la intuición era un asunto menor, asociado a creencias populares y meras supersticiones. A lo largo de la historia la sociedad y la ciencia siempre le han concedido una importancia superlativa al conocimiento cognitivo y se ha primado la inteligencia racional. Se desconfiaba de aquellas decisiones que no estuvieran suficientemente apoyadas en la lógica porque podrían contener errores. Por el contrario, una resolución basada en evidencias siempre tendría más posibilidades de resultar acertada. Esta creencia, fuertemente arraigada en la tradición científica, no es en absoluto falsa, pero sí es incompleta. Ahora sabemos que la intuición tiene un peso muy importante en la toma de cualquier decisión.
No podemos olvidar que la intuición ha sido nuestro principal aliado a lo largo de toda nuestra historia y que es, de hecho, la capacidad que nos ha permitido llegar hasta aquí hecho y ser lo que hoy somos. La intuición es el modelo inteligente que está relacionado con los procesamientos más primitivos y complejos desde el punto de vista biológico. El ser humano ha basado su supervivencia y progreso en su capacidad intuitiva. Es esa voz interior que te lleva a no meterte por un callejón oscuro de noche, o a rechazar una oferta de trabajo en el último momento aunque todo parecía estar correcto. Es un susurro en nuestro oído que avisa de que no deberíamos subirnos a un coche con esa persona hoy.
La intuición es, en definitiva, esa parte del conocimiento humano que no sigue un camino racional y que va más allá de una formulación lógica. Nos lleva a tomar decisiones con enorme convencimiento, aunque no somos capaces de verbalizar por qué. Se basa en reacciones emotivas no explicables. Pero esas reacciones no son cosa de magia ni responden a fenómenos paranormales. Se trata de un mecanismo cerebral, exactamente igual que lo es la razón. Un mecanismo que trataremos de explicar en un próximo post.
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