Del Blog «Biología de la normalidad» de Fernando Botella, CEO de Think&Action
Desaprender se ha convertido en uno de los rasgos diferenciales en nuestros días. Una cualidad que abre muchas puertas en esta época de cambios permanentes y de volatilidad. Pero, ¿existe un perfil desaprendedor? ¿Cuáles son esas cualidades que definen al experto en desandar lo andado?
En primer lugar habría que señalar que el desaprendizaje está íntimamente relacionado con la cultura del esfuerzo. Esto quiere decir que las personas que practican esta revisión permanente de sus conocimientos saben aplazar la recompensa y tienen la capacidad de estar permanentemente abiertos a lo nuevo. Poseen disciplina de aprendizaje y son capaces de mantener el esfuerzo a lo largo del tiempo. De este modo no ven limitadas ni comprometidas sus posibilidades de futuro, sino que son capaces de adaptarse a los nuevos tiempos sin perder oportunidades.
Otra característica de estos “desaprendedores” es que son personas que viven en permanente un estado “wow” . Están predispuestos a dejarse sorprender porque no dan nada por sentado. Dan más importancia al proceso que a los resultados, al camino que a la meta. Y si se dan cuenta de que hay algo en el camino recorrido que les chirría, no tienen en problema en retroceder. Su carácter es más proclive a dar que a recibir. Son generosos con los demás y con ellos mismos. Y esa generosidad incluye indulgencia plena para aprender de cualquiera y en cualquier momento. Tienen una alta capacidad de observación y son unos maestros en el uso de las preguntas. En lugar del “tú te callas y me dejas hablar a mí”, su filosofía es más del “¿y tú qué opinas?”. Toleran el error y hasta lo alientan siempre que de él se pueda extraer algún aprendizaje. Potencian más las destrezas o habilidades que los conceptos. Son más flexibles que rígidos y viven alejados del prejuicio y del cliché.
Aprendizaje dinámico
Uno de los grandes desaprendedores de la historia fue Santiago Ramón y Cajal. Decía el Premio Nóbel de medicina que “los seres humanos somos arquitectos de nuestro propio cerebro”. Con estas palabras, Ramón y Cajal se estaba refiriendo claramente a la capacidad plástica de nuestro cerebro, a pesar de que la tecnología disponible en su época no le permitiera observarla científicamente aun. El Premio Nobel español nos estaba anticipando algo que hoy sabemos con certeza: la naturaleza dinámica del aprendizaje humano. Siempre puede ser revisado y reajustado. El aprendizaje en el ser humano es incompleto, tiene forma de espiral. A diferencia de otros monos de carácter antropomórfico, los humanos nacemos con una cabeza relativamente pequeña y somos, como consecuencia de ello, más inmaduros cerebralmente. Esta aparente desventaja en realidad es muy beneficiosa para el posterior desarrollo de nuestro cerebro, ya que favorece el surgimiento de innumerables redes neuronales en el mismo.
En los años 60 del siglo pasado, el neurocientífico Joseph Altman demostró que no es cierto el mito de que nacemos con un número finito de neuronas que van muriendo a medida que cumplimos años. Su teoría de la neurogénesis probó que las neuronas se van reponiendo y que nacen nuevas unidades también a lo largo de la vida adulta. Esa generación de nuevas neuronas se produce en dos áreas localizadas del cerebro: la zona subgranular delgiro dentadodelhipocampoy lazona subventricularde losventrículos laterales. La neurogénesis adulta es fundamental para el aprendizaje, ya que las nuevas neuronas se comunican con las ya existentes para producir nuevas conexiones y sentar las bases para nuevos aprendizajes. Este fenómeno es conocido como neuroplasticidad.
Hoy sabemos que las neuronas tienen la facultad de estar en permanente estado de reorganización. El cerebro se reestructura de forma continua a través de nuevas conexiones o sinapsis. Se establecen nuevos circuitos neuronales capaces de reorganizar la información. El ser humano desarrolla unos 85 millones de neuronas a lo largo de su vida. Pero el ser más inteligente del planeta no es aquel que genera mayor número de neuronas, sino aquel en cuyo cerebro se generan nuevas y diferentes conexiones.
Y en realidad, tiene mucho sentido. Porque en eta nueva era digital y global, las interconexiones, humanas o neuronales, lo son todo.
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